lunes, marzo 18, 2024
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Prostitutas venezolanas copan burdeles de la capital de Arauca

 

Mujeres venezolanas que se dedican a la prostitución no solo frecuentan las calles de Cúcuta, en Colombia. También hacen lo propio en el departamento de Arauca, fronterizo con el estado Apure.

Dueños de prostíbulos aseguraron que la mayoría de sus trabajadoras son de origen venezolano, debido a que huyen de la crisis humanitaria que afecta a Venezuela y están dispuestas a trabajar por menos dinero del que piden sus colegas colombianas.

“Yo diría que el 99% las prostitutas de este pueblo son venezolanas”, explicó Gabriel Sánchez, dueño de un establecimiento de la zona, manifestaron que.

Las 12 mujeres que trabajan para él son venezolanas.

En una miserable casita de concreto a orillas del pantanoso río Arauca, Gabriel Sánchez habla de los antiguos empleos de las mujeres que ahora trabajan en su burdel vendiendo sus cuerpos por $25 la hora.

“Aquí tenemos muchas maestras, algunas doctoras, un montón de mujeres profesionales y hasta una ingeniera de petróleo”, dijo alzando la voz por encima del escándalo de la música de un vallenato. “Todas llegaron con sus títulos en la mano”.

Y todas vinieron de Venezuela.

A medida que la economía de Venezuela continúa empeorando en medio de la grave escasez de alimentos y otros productos básicos, la hiperinflación y las sanciones norteamericanas, cada vez más olas de refugiados económicos escapan del país. Los que tienen algún medio para lograrlo, llegan a lugares como Miami, Santiago y Panamá.

Los menos afortunados, en cambio, tienen que cruzar la frontera con Colombia y buscar una forma de darle de comer a sus familias y a sí mismos. Un reciente estudio indicó que hasta 350,000 venezolanos han entrado en Colombia en los últimos seis años.

Sin embargo, con la enorme escasez de trabajo, muchas mujeres jóvenes –y no tan jóvenes– buscan su sustento en el oficio más viejo del mundo.

Dayana, de 30 años y con cuatro hijos, bebe una cerveza mientras contempla a clientes potenciales que caminan la polvorienta calle a lo largo de barracones de madera, bares y prostíbulos. Engalanada para trabajar con un vestido de colores brillantes, Dayana dijo que antes era administradora de una planta de procesamiento de alimentos ubicada en las afueras de Caracas.

El trabajo desapareció cuando el gobierno incautó la fábrica y “la saqueó”, dijo.

Hace siete meses, pasando grandes dificultades para darle de comer a su familia, Dayana, llegó a Colombia en busca de trabajo. Sin permiso laboral, tuvo que trabajar como prostituta en la capital, Bogotá. Aunque el dinero que ganaba allí era mejor, con el tiempo se mudó a Arauca, un pueblo ganadero de 260,000 habitantes en la frontera con Venezuela. Desde allí le era más fácil enviarles alimentos a sus hijos en Caracas.

La noche anterior, la hermana de Dayana había viajado 18 horas en autobús desde Caracas para buscar una factura de alimentos que Dayana había comprado y de inmediato regresar en otro autobús a la casa.

“Si hace cuatro años, alguien me hubiera dicho que estaría aquí, haciendo lo que ahora hago, no lo habría creído”, dijo Dayana, que pidió no revelar su apellido.

Con inflación cerca del 700% y la moneda nacional, el bolívar, en franca caída, encontrar comida y medicina en Venezuela se ha convertido en una tarea frustrante y agotadora. Dayana dijo que a veces tenía que esperar en una cola entre cuatro y seis horas para comprar un paquete de harina. Otras veces tenía que comprar alimentos en el mercado negro a precios exorbitantes. El hambre en Venezuela es absolutamente rampante.

Dayana dice que en una buena noche puede ganar el equivalente de $50 a $100 dólares, vendiendo sus servicios durante 20 minutos cada vez.

“Obviamente la prostitución no es un buen empleo”, dijo. “Pero estoy agradecida de haberlo encontrado, porque me permite comprar comida y mantener a mi familia”.

La prostitución es legal en Colombia, y hasta las localidades más pequeñas tienen distritos de luz roja donde las autoridades se hacen de la vista gorda. De modo que, mientras las autoridades de inmigración no paraban de perseguir y acosar a las venezolanas que vendían baratijas y pedían limosna en la plaza central de Arauca, las mujeres que frecuentan la zona de burdeles dicen que rara vez se ven atormentadas por la policía.

Marta Muñoz está cargo de la Casa de la Mujer, un programa municipal enfocado en la salud y los derechos de las mujeres. Muñoz dijo que la prostitución es una especie de punto ciego para las autoridades locales que están más preocupadas por delitos peores, como el tráfico infantil, las violaciones y el abuso de menores.

“Sé bien que a algunas mujeres se les paga poco y son tratadas mal”, dijo Muñoz al hablar de las prostitutas venezolanas. “Pero, ¿cómo las protegemos sin tener leyes públicas apropiadas?”

Sánchez y otros involucrados en la industria del sexo dijeron que en la actualidad las venezolanas dominan el negocio porque están dispuestas a trabajar por menos dinero.

“Yo diría que el 99 por ciento de las prostitutas de este pueblo son venezolanas”, dijo. Las 12 mujeres que trabajan para él son venezolanas.

De cualquier modo, no se trata únicamente de un fenómeno que ocurre en la frontera. Fidelia Suárez, presidenta del Sindicato de Trabajadoras del Sexo de Colombia, dijo que su organización ha visto un dramático aumento de “hombres y mujeres venezolanos que trabajan en el negocio del sexo” por todo el país.

Aunque resulta imposible cuantificar cuántas personas podrían estar trabajando en la prostitución, Suárez dijo que su organización trata de cuidar a estas vulnerables immigrantes.

“Queremos cerciorarnos de que no sean acosadas por las autoridades, ni de que nadie se aproveche de ellas”, dijo Suárez. “Ser explotada sexualmente es muy diferente a ser una trabajadora del sexo”.

En cierto sentido, la crisis económica de Venezuela ha sido tan tremendamente severa que incluso ha roto viejas normas sociales.

Marili, una ex maestra de 47 años, dijo que hace tiempo que le daba vergüenza admitir que era prostituta, pero ahora da gracias por tener un empleo que le permita comprar las medicinas para la hipertensión que necesita su madre en Caracas.

“Somos mujeres que trabajamos para mantener a nuestras familias”, dijo. “Me niego a criticar a nadie, incluyéndome a mí misma. Todas tenemos que trabajar”.

 

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