Cerca de 44.000 venezolanos han llegado a Arauca en los últimos años huyendo de la crisis económica y política que atraviesa su país. Aunque allí encuentran los bienes que necesitan para subsistir, muchos se enfrentan a situaciones de precariedad que no están siendo atendidas adecuadamente.
“Mi familia no sabe lo que yo estoy haciendo, imagínese lo que pensarían”, confiesa María. Es miércoles en la mañana y una brisa ligera impulsada por el viento ofrece una tregua para el típico calor de Tame. Pero María aún no sabe bien cómo es el clima aquí, pues llegó apenas hace 15 días buscando la salvación para su hija menor que, según sus palabras, “estaba a punto de morir de desnutrición”.
Aunque ha pasado poco tiempo, para María ya están muy lejos aquellos días en que se ocupaba de cuidar a sus tres hijos mientras su esposo se ganaba el sustento como acumulador de baterías en Yaritagua, a tres horas de Caracas. Para ella la economía nunca fue una preocupación pues antes de casarse con Jean Marcos sus hermanos se ocupaban de eso.
“Ahora no me creerían que estoy haciendo esto”, insiste mientras abre una bolsa de basura que encuentra sobre un andén y empieza a escarbarla en busca de plásticos, latas y cartones para venderlos como reciclaje. Esta vez, por ejemplo, obtuvo un par de botellas de gaseosa que empacó de inmediato en un costal de lona. “Antes pensábamos que esto lo haría un indigente, y para nosotros es desagradable, pero es lo que nos da el pan de cada día”, afirma.
Desde que llegaron a Tame, Maria, Jean Marcos y la niña de dos años (los otros de cinco y siete quedaron al cuidado de los abuelos en Venezuela) han estado viviendo en la calle, bajo la protección del techo de una casa esquinera con el permiso de sus dueños. Gracias a un tratamiento de alimentación terapeútica la menor se ha recuperado, pero en los últimos días le ha surgido una alergia en la piel que obligó a María a regresar al hospital.
Para ellas, como para cualquier venezolano en Arauca, la única opción para recibir tratamiento médico es el servicio que ofrece Médicos Sin Fronteras en el antiguo hospital de Tame. A menos de que se trate de una urgencia vital o un parto, el sistema colombiano atiende únicamente a quienes estén registrados ante el Sisbén, un requisito del que carecen la gran mayoría de los cerca de 44.000 migrantes que según cifras oficiales están asentados en este departamento fronterizo.
Toda esta población, y la que entra y sale diariamente del país por pasos formales e informales, requiere una cantidad de servicios que Colombia no logra proporcionar.
“Esto es una emergencia por la cantidad de gente que cruza la frontera en busca de alimentos, de atención en salud, de tener un lugar donde dormir, de un colegio para los hijos. Colombia es un ejemplo en el continente por su apertura a la recepción de estas personas, pero la realidad es la falta de capacidad de respuesta ante una situación de esta magnitud”, afirma Sebastián García, coordinador del proyecto de MSF en Arauca.
En este departamento, golpeado durante décadas por un conflicto armado que afecta gravemente a la población civil, las consecuencias de esta vulnerabilidad se hacen visibles en historias como la de Garith, una mujer de 33 años que, salió de Venezuela hace seis meses cuando vio que la muerte acechaba a uno de sus cuatro hijos.
“Jordanis Emanuel, el tercero, de siete años, tenía una neumonía y en Venezuela no podíamos encontrar las medicinas y se me fue empeorando hasta que dije: o me voy o mi niño se me muere acá en los brazos”, recuerda Garith.
Hoy el niño está recuperado, pero la situación de la familia está lejos de ser esperanzadora. Se mantienen con el reciclaje y el trabajo ocasional como vigilantes en parqueaderos de motos, pero a fin de mes se les dificulta juntar el dinero para el arriendo en la casa de tres habitaciones y un baño que comparten con nueve personas.
Para Garith la estrechez es la menor de sus preocupaciones: “mi mayor urgencia es tener un trabajo para poder comprarles alimentos a mis hijos y que puedan matricularse en una escuela, hasta ahora no ha sido posible”.
A su marido, le han negado el pago en tres ocasiones después de haber empleado sus servicios como albañil, “nos engañan porque saben que no podemos denunciar”.
La inseguridad alimentaria y la precariedad en las condiciones de hábitat son dos de los factores que más inciden en la salud de los migrantes venezolanos.
Según Sergio Palacio, Gestor de Actividades de Médicas de MSF en Arauca, “el 80 por ciento de las patologías observadas tanto en niños como en adultos en las consultas están directamente relacionadas con la falta de acceso a servicios básicos, consumo de agua en condiciones no aptas y deficiencias nutricionales”.
Pero también está el impacto en la salud mental. Yubeisi sabe bien de qué se trata, pues el hecho de tener que abandonar su país dejando atrás su trabajo como profesora la hundió en una profunda depresión que no la dejaba levantarse de la cama. En su situación también influyó el hecho de sentirse discriminada por su procedencia, algo que nunca imaginó que le podía pasar cuando decidió migrar hacia Colombia.
“Mi llegada aquí no fue nada fácil. Este es un país que uno no conoce, lo miran uno feo, se cohíben las persones de hablarte. He trabajado aquí como aseadora y me han explotado. Eso me causó un gran dolor en el corazón, me sentía triste, decaída, no quería trabajar por las experiencias que tuve, tenía miedo de que me fueran otra vez a hacer lo mismo.
Un día vine a MSF buscar orientación para poder inscribir a mis hijos en el colegio y pude hablar con la psicóloga. Desde ese día ya no quiero salir de aquí”, cuenta.
Pese a todas las privaciones y riesgos que enfrentan, muchos de los migrantes sienten que esta situación es preferible a la regresar a Venezuela.
“Colombia les ofrece cosas básicas que están mejor que allá, como la comida a precios razonables o el acceso a medicamentos o al servicio de urgencias en salud.
Pero eso no es de ninguna manera suficiente para que puedan tener una vida digna en este país y por eso es necesario aumentar los recursos para atenderlos”, afirma García.
Mientras espera una solución la crisis de su país y sin el apoyo suficiente para sobrevivir en Colombia, a María no le queda otra opción que permanecer en su encrucijada: “Lo que más me gustaría es volver a mi casa, pero ¿cómo voy a hacer si la cosa está fuerte y así uno trabaje sin parar no le alcanza ni para comer?”