sábado, noviembre 23, 2024
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La heridas de la guerra, en el alma de nuestros soldados

Él, de un físico robusto, ojos claros, aspecto de hombre distraído y tierno, denota en su mirada algo de nostalgia y a la vez de esperanza.

Había algo en él que lograba llamarme la atención, pero no estaba segura, —a mí, que en mi ejercicio profesional he servido al Ejército Nacional desde hace un poco más de seis años y he visto mil cosas difíciles en medio del conflicto armado interno de mi país. —Me intrigaba descubrir por qué alguien tan joven y hasta atractivo, decía que no podía retener por mucho tiempo, en su memoria información importante, lo que le impedía desempeñarse de una mejor manera en su labor diaria.

Él es el soldado profesional John Edisson Charry Méndez, de 33 años de edad, oriundo de Cunday, Tolima. Decidió incorporarse al Ejército Nacional en el año 2006, por seguir la tradición familiar de servir a la patria. Llegó al departamento de Arauca para hacer parte de la Décima Octava Brigada, Unidad Insigne y estratégica, que ha tenido que construir su historia con el sacrificio y sangre de valerosos soldados. Fue aquí en Arauquita, donde por cosas del destino su vida cambió para siempre al caer en un campo minado. Justo en ese instante,  dejaba de simplemente dirigirle el saludo matutino para adentrarme en su vida privada y preguntarle sobre esa experiencia que por «obra divina» como él le dice, hoy le permite contar su historia.

Después de echarle un piropo para romper el hielo, lo primero que me manifestó entre risas fue que lo ponía algo nervioso. Logré que entrara en confianza y le pedí que me describiera cómo fue ese día.

La entrevista

Con la mirada a media asta me respondió «

—Eran aproximadamente las dos de la tarde cuando me dieron la orden de salir para atender a un civil que estaba herido, porque cayó en una mina. Durante mis casi diez años en el Ejército Nacional he sido ametrallador, contrapuntero y puntero, he estado en la motorizada, y estando allí me llamó la atención la enfermería; por eso me fui a Saravena a hacer curso como socorrista de combate. Así que ese día salimos a atender la situación.

Lo interrumpí. — ¿Cómo enfermero de combate, ha tenido muchas experiencias que han dejado algún tipo de huella? — pregunté.

«—Sí. En el 2010 me tocó atender a un compañero que quedó mutilado entre Tres Culos, y si se aguanta, —sonreí, mientras me aclaró que así se llaman esos sitios que están ubicados en el municipio de Arauquita. Tengo que averiguar si realmente existen o si las personas llaman estos lugares así coloquialmente, pensé— En otra oportunidad, atendí un accidente de tránsito. De verdad que cada vez que lo hago, se aumenta mi gusto por la enfermería, aunque son experiencias que nadie quisiera vivir, porque las personas le ruegan y le suplican a uno que no los deje morir; que los ayude, y a veces se siente uno impotente, especialmente al no tener la experiencia para ayudarlos de verdad.  Por eso, en el 2015 solicité autorización para hacer el curso de enfermero militar, y me la dieron» concluyó.

Con profunda admiración y respeto, le pedí que continuara su relato.

«Salimos con un compañero, Yo llevaba el botiquín. Nos acompañaba otro enfermero con más experiencia y un curso que había recibido entrenamiento en EXDE —esas siglas corresponden al personal experto en la destrucción de explosivos—, más los que estaban de seguridad. Esperamos la autorización para ingresar al rescate. Mientras tanto la guerrilla voló el tubo. Alcanzamos a ver la explosión pero nuestro objetivo en ese momento era salvar una vida y así lo hicimos, luego de que nos dieron luz verde, ingresamos tras hacer un registro para disminuir el riesgo ante la presencia de más minas. Cuando salíamos con él, desafortunadamente  por el espacio que ocupaba la tabla rígida, nos salimos del eje de avance que habíamos asegurado y caímos en el campo minado».

En ese momento, estuve a punto de preguntar ¿qué sintió?. Lo que muchos periodistas buscamos es describirle a nuestra audiencia qué pasa por la mente de alguien que atraviesa por una situación tan difícil, de alguien que estuvo a punto de morir.

«Un segundo se convierte en una eternidad. Vi mucho humo. No sentía mis piernas y mis manos ardían. Pensé que estaba muerto. Me decía ¿será que estoy en el cielo?. Después tomé fuerzas para revisar mi cuerpo. Tenía miedo de estar mutilado, pero debía enfrentarme con la realidad cuanto antes. Gracias a Dios, aunque aturdido, sangrando por las heridas de las esquirlas y muy golpeado, porque la onda me expulsó lejos, estaba completo. Quedé en estado de shock. En ese momento empecé a oír a mis compañeros gritar. Pedían ayuda y decidí buscarlos. Cuando todo se empezó a despejar, me di cuenta que si me devolvía podía pisar otra mina. !Eso era un campo minado! —Me dijo con los ojos llenos de lágrimas— Luego, cerré los ojos. Extendí mis manos al cielo y le entregué mi vida a Dios, le dije que si este era mi día, pues que sería. Le dije que si Él me había permitido estar bien, era por una muy buena razón, y tomé un palo para verificar dónde podía pisar para avanzar. Esto fue lo primero que se me ocurrió».

— ¿Por qué arriesgarse a tanto? ¿Por qué no esperar a que llegara la ayuda?

« Ya era tarde. Se estaba haciendo de noche. Los muchachos no paraban de gritar por ayuda y también estaba el civil que volvió a caer en esa mina- A él lo admiro. Le sucedió dos veces el mismo día todo esto y aun así, conservaba la calma».

— ¿Qué fue lo siguiente que vio?

« El primer soldado estaba atravesado entre la horqueta de un árbol, pero tenía su cuerpo completo así que le dije que aguantara, que tenía que ver cómo estaban los otros, el segundo “cucho” — así se llaman coloquialmente entre compañeros algunas veces —, era el enfermero. A él le boté el apósito para que se atendiera a sí mismo. Cuando llegué donde el que pisó la mina —en ese instante su voz flaqueó y con un suspiro tomó aire para seguir— tenía las dos piernitas abrazadas, una de ellas, la izquierda, estaba completamente destrozada. Se le veía el hueso limpiecito del talón hacia arriba, llegando a la rodilla; la otra parecía una gelatina. Estaba partida en varias partes, y me decía que no lo dejara morir, que qué iba a ser de la vida de su mamá. Con él era con quien más tiempo había compartido, y le tenía mucho cariño. Tuve que tranquilizarlo y prometerle que lo iba a sacar con vida».

—Ya no aguanté. En ese momento se me salieron las lágrimas, pero mi entrevistado siguió con el relato rápidamente para evitar verme llorar.

«Luego de ponerle el torniquete para evitarle hemorragia, me lo eché al hombro y le dije al civil que permanecía a su lado que volvería por él, caminé hasta donde estaba el resto de la tropa y con otro soldado volvimos a entrar, sacamos a los otros dos muchachos y regresamos por el civil, pero éramos solo dos y el señor era muy pesado. No pudimos, así que mi compañero se fue por ayuda. En ese momento el viejo me dijo que no me preocupara, que lo dejara ahí, que esperaría otro tipo de ayuda, pero lo hice caer en la cuenta de que debíamos actuar rápido, porque ya era muy tarde. Traté de jalar su tabla rígida para sacarlo arrastrado, pero sus gritos de dolor eran intensos; entonces le dije que debía echármelo y que se sentara. Lo desamarré de la tabla, lo ayudé a recostar sobre una palma, y cuando me di cuenta, el señor con ayuda de dos palos se levantó. En ese momento se estaba desmayando, cuando yo le metí el hombro y caminé cargándolo. Estaba muy pesado. Empecé a ver luces de colores y tenía ganas de vomitar. Sabía que estaba a punto de desmayarme. En ese instante llegó más tropa. Me lo recibieron y supe que estábamos ya a salvo. Controlé la respiración mientras me brindaban los primeros auxilios y descubrí que esa era la misión que Dios tenía para mí.

—¿Qué piensa ahora de todo esto que les pasó? ¿De la Institución?, ¿De su vida?, ¿Quedó usted con secuelas de ese accidente? si es que se le puede llamar así a una acción terrorista de este tipo, le pregunté.

«Los médicos me diagnosticaron discopatía degenerativa en cinco vertebras, abombamiento discal en dos, luxación de maxilar, perdida de la audición e inflamación en el cerebro que me causa amnesia. Sobre mi Institución, realmente es lo más lindo que existe. Me siento orgulloso de pertenecer a ella. A la vida, después de eso le encontré sentido: creo que esa fue la razón por la que Dios me trajo a este mundo. Por eso, ahora mismo estoy estudiando para ser auxiliar de enfermería, y ya estoy a punto de graduarme. Al principio fue duro superar ese trauma físico y psicológico, pero tuve la oportunidad de reencontrarme con el civil que salvamos. Ese viejo me enseñó a ser fuerte emocionalmente. Yo lo veo que llega en una moto, aun cuando le falta una extremidad. Siempre tiene la mejor actitud. Eso es algo de admirar. Me presentó a su familia, esposa y tres hijos. Hace poco llegué a su casa a visitarlo, y uno de los hijos, el más pequeño, que estaba con un compañero, corrió y me abrazó. Cuando su amigo le preguntó quién era yo, el niño le dijo, “él fue el soldado que le salvó la vida a mi papá”. Eso para mí fue uff —suspiró y se dibujó una pequeña sonrisa en su rostro— eso es algo que de verdad lo llena a uno, me sentí como un verdadero héroe».

 

fuente prensa brigada

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