Ni el alcoholismo ni la drogadicción ni una poliomielitis fueron impedimento para que Jairo Ardila Chacón dejara a un lado sus ganas de salir adelante. Este cucuteño de 47 años sufre de poliomielitis desde los tres años, una enfermedad incurable, pero tratable.
Su niñez no fue para nada fácil, en el colegio le tocó soportar burlas y desplantes que, como él mismo cuenta, lo hicieron más fuerte. Fue así como poco a poco, este hombre fue luchando contra una vida que parecía depararle un destino difícil.
Empezó su calvario.
Ardila cayó en una fuerte depresión a sus 20 años, que lo llevó al mundo de las drogas y el alcohol, convirtiéndolo en un hombre totalmente distinto e irreconocible para todo el que lo veía.
“Llegó un momento en el que prefería dejar a mis hijos aguantando hambre porque el cuerpo me pedía vicio”, contó Ardila. “Era algo muy duro que me carcomía”, añadió.
Sus familiares empezaron a rechazarlo y las puertas se le cerraron, pues su presentación era bastante deplorable. Y empeoró aún más cuando en uno de sus intentos por recuperarse en la Fundación La Luz de Bogotá, sufrió una caída por culpa del alcohol que lo dejó prácticamente inválido.
Era el tiempo en el que había conocido a Carolina Rosas, una mujer de buen corazón que se fijó en él para pasar una vida juntos, pero todas estas adicciones, poco a poco, la empezaron a alejar.
“Carolina es una mujer impecable, luchadora, trabajadora, que siempre estuvo a mi lado, me ayudó, pero yo no le pagaba bien pues para mí todo esto era una adicción y hasta me quise quitar la vida”, indicó Ardila.
Jesucristo apareció en su vida
(Jairo Ardila y Carolina Rosas llevan casi 18 años juntos.)
En 2012, estando en Fusagasugá, Cundinamarca, “divagando”, como él mismo lo dice, un hombre que lo vio a punto de quitarse la vida decidió extenderle su mano, hablándole sobre el poder de Jesucristo.
“Hermano, usted sabe que esos son temas que no los entiende ni ‘mandraque’, además que eran cosas que yo jamás había escuchado”, dijo Ardila, quien recuerda con risas ese momento, pues era algo totalmente nuevo para él.
Ardila, para ese entonces, sentía que se estaba enloqueciendo, escuchaba voces cuando se drogaba y eso ya no era normal.
“Un día, en medio de tanta droga que invadía mi cuerpo, escuché una voz que me decía: ‘lo perdono y después de esto vendrán cosas mejores’”, relató Ardila, quien no dudó en pesar que era la voz de Dios y de inmediato pidió perdón y prometió de rodillas ante la biblia que dejaría las adicciones. Fue a partir de ahí que su vida dio un giro de 180 grados, pues en dos días ya se había alejado del alcohol y de todo tipo de drogas.
El hombre que conoció en Fusagasugá no solo le ayudó con sus palabras, también le dio una silla de ruedas para que Ardila se pudiera desplazar; más adelante, él la adaptó para convertirla en una ‘mini tienda’, la misma que hoy en día es la que le da el sustento diario.
Jairo Ardila se ubica todos los días de 7:30 de la mañana a 5 de la tarde, con su esposa, en la avenida 1 con Diagonal Santander. Allí vende dulces, pipas, agua, galletas, entre otros productos, y les va muy bien, aunque quisieran que todo fuera mejor, pues no tienen casa y pagan un arriendo en Los Olivos, Atalaya, bastante costoso.
Su hijastra Paula ya tiene 18 años y está becada en una universidad de la ciudad; María Alejandra tiene 16 y ya se va a graduar del colegio, mientras que Jesús Daniel, el menor, está en bachillerato y con muy buenas calificaciones.
Ardila, además, predica todos los miércoles y escribe música cristiana, pues está convencido de que en Cristo todo lo puede, y quiere dar testimonio de ello.
Esta familia lucha cada día por subsistir con su trabajo en las calles, pero no dudan un segundo en recibir cualquier ayuda que alguien les quiera brindar. Si usted está interesado en hacerlo, comuníquese al teléfono 3128407004.
fuente Rito Julio Patiño/Q’hubo | [email protected]