martes, noviembre 26, 2024
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‘Quieren matarme antes del domingo’

Son los parias de su tierra. Por orden de la guerrilla. Y algunos candidatos a alcaldías pudieron lanzarse porque no residen ni tienen familia en los municipios. De otra manera habría sido imposible. Pondrían en riesgo la vida de los suyos y tampoco resistirían la asfixiante presión del Eln.

Incluso si John Alexis Caicedo Lucumí ganara el domingo, solo podría instalarse en el casco urbano de Fortul cuando el Congreso aprobase crear un anillo de seguridad similar al que existe en Saravena y Arauquita. Restringiendo el paso al gueto y protegido por ejército y policía, disfrutaría de una cierta tranquilidad.

“No tengo listas al Concejo, nadie se atreve en Fortul a decir que es del partido”, anota Lucumí, como es más conocido este exescolta nacido en Chorros, Arauquita, que estudió Comunicación Social y fue alumno en su adolescencia del colegio Alejandro Humboldt del pueblo que aspira a gobernar.

Durante toda la campaña ha podido pisar el casco urbano en tres ocasiones, y no todos los barrios, ni tampoco una sola de las 57 veredas, vetadas para él. Acudió el día de la inscripción, el del sorteo de números y una mañana para saludar a los vecinos y repartir publicidad.

Establecido ahora en Saravena, a 22 kilómetros de distancia de Fortul, lo hizo acompañado por Luis Naranjo, un veterano en eso de vivir encerrado en un perímetro pequeño para que no te maten. Vive en el anillo desde que fue elegido concejal en Saravena, en los comicios pasados, y ahora pretende llegar a la Asamblea de Arauca.

“La primera vez supimos que planeaban lanzar dos granadas al grupo político que estaba en el casco urbano, y éramos los únicos ese día. No puedo arriesgar los escoltas y policías y militares yendo más veces. Lo peligroso no es la entrada, uno llega a Fortul sin avisar, sino la salida”, explica Caicedo Lucumí. “Tampoco tengo sede porque nadie se atreve a arrendarnos, les da miedo, ni líderes trabajando para mi campaña”.

Si presentarse bajo las siglas del Centro Democrático supone asumir peligros, igual sucede a quienes los respaldan. “La guerrilla dice que no puede participar el partido que sea de Uribe”, me cuenta en su casa de Fortul un comerciante que piensa votar por él. Pese a su apoyo, en la fachada ha pegado el cartel de otro aspirante.

Tampoco tengo sede porque nadie se atreve a arrendarnos, les da miedo, ni líderes trabajando para mi campaña

“Toca hacerlo así. Nosotros trabajamos muy callados, solo con la familia, que nadie se dé cuenta”, agrega en voz baja. “Pero la gente está cansada de los mandatos de la guerrilla. Si tuviéramos la libertad que tienen otros, si nos dejaran trabajar, este pueblo avanzaría”. En otro punto de Fortul, una mujer que votará por el mismo candidato murmura que “solo hablo de eso con la familia, uno no se puede fiar de nadie”.

Además de no repartir volantes ni organizar encuentros en el municipio, le quemaron la única valla publicitaria que instaló en la salida hacia Tame.

Me ha tocado ser un candidato youtuber, por las redes sociales y los cinco minutos de radio que me tuvo que vender la emisora local. La suerte es que en la zona rural los mismos delincuentes del Eln me han dado a conocer cuando advierten: ‘no vayan a votar por Lucumí’. Así saben que me presento”, afirma con una sonrisa amarga. “Es una campaña barata, sin sede, sin equipo ni vallas”.

Igual situación padece su compañero de partido Yeiner Santamaría, candidato por Cubará, localidad de Boyacá controlada por la guerrilla, situada a solo media hora de Saravena y a 13 kilómetros de la frontera venezolana. Fue en la Registraduría de esa localidad que alias Pablito, miembro del Coce, logró que lo registraran con una identidad falsa.

Para lanzarse en estos pueblos hay que tener pantalones”, afirma Santamaría, licenciado en Ética y Valores e hijo de un pastor evangélico. “Las guerrillas tienen a las gentes extorsionadas. Pero se pueden hacer cosas en Cubará”.

Al igual que Caicedo Lucumí, solo ha ido tres veces y está confinado en Saravena, donde recibe a simpatizantes, pero en lugares cerrados y de manera discreta. Los araucanos están convencidos de que los milicianos del Eln y las disidencias de las Farc tienen ojos y oídos por todas partes, que nada escapa a su control. Sin embargo, el alcalde actual de Saravena es del Centro Democrático y también debió residir en el anillo de seguridad, aunque escucho entre sus votantes muchas quejas de que no fue capaz de alzar la voz con dureza contra los grupos armados, una vez llegó al poder. “Solo el concejal Luis Naranjo siguió igual”, aseguran.

Para lanzarse en estos pueblos hay que tener pantalones

El precio que pagó Naranjo por no hacer la mínima concesión al Eln ni bajar el tono de sus críticas es estar obligado a permanecer en el gueto y solo abandonarlo de vez en cuando con sus cinco escoltas y avisando de antemano al Ejército y la Policía de sus movimientos, para organizar un esquema de seguridad. Dispone de un único carro, y los seis viajan apiñados. “Algunos candidatos del Centro Democrático pidieron permiso a la guerrilla para hacer campaña. Uno que le puso el pecho a las balas, le duele eso. Pero la gente en Arauca sabe quién lo hace y quiénes no lo hacemos”, indica Naranjo.

“Mi mamá, que falleció hace mes y medio, murió sufriendo por mí. Creo que su cáncer se agravó por la tensión que soportaba. Era muy triste que casi no podía ir a visitarla en su casa, que queda en un barrio de Saravena. Ya no voy en tanqueta, como antes, pero es difícil moverse”, apunta. “Los que seguimos hablando duro, los que no somos aguas mansas, tenemos que vivir en el anillo de seguridad. Es lo que la gente espera de nosotros acá. Y sin mi mamá, ahora soy más duro y el único que trabaja de la mano del ejército y la policía; hago proyectos con ellos que benefician a la comunidad. En Saravena, el Eln tiene capturada varias entidades públicas, son su caja menor”.

Cansados del Eln

Tampoco ha resultado fácil para Stiven Bonilla dar sus primeros pasos en política en su natal Saravena. Aspirante al concejo, a sus 19 años creía que podría hacer campaña sin tantos limitantes. “Estaba en un barrio, La Victoria, y nos sacaron. Váyanse que aquí, no tienen nada que hacer los del Centro Democrático”, le dijeron. La orden provenía de milicianos y debieron acatarla. “Mi familia no quería que me presentara, les da mucho temor porque hace dos meses me amenazaron las Farc. ‘Retírese o nos lo llevamos por delante’, dijeron. Más ganas me dieron de seguir adelante”.

En ese mismo lugar, en La Victoria, hablo con un señor que apoya a una de las campañas rivales que pueden hacer proselitismo. “La realidad es que las guerrillas son muy fuertes y hay que tener su permiso. Llevo años en política, y unas veces fuimos con el permiso y apoyo de las Farc, otras con el Eln; también hace años con los paramilitares, cuando estaban en Arauca. No hay de otra”, admite. Todas las personas del común que entrevisto hablan a condición de no revelar su identidad.

Me ha tocado ser un candidato youtuber, por las redes sociales y los cinco minutos de radio que me tuvo que vender la emisora local

En otro barrio contiguo, entro al hogar de una mujer que promueve en silencio las candidaturas de Naranjo y Bonilla. Ha tenido que acudir a reuniones al otro lado del río Arauca, en Venezuela, convocadas por el Eln. Les dieron el nombre del candidato a la gobernación que deben apoyar y obligan a acudir a sus eventos (reservo el nombre del aspirante). “Las alcaldías tienen que pagarles el 5 por ciento de los contratos y controlan empresas públicas que les rinden cuentas una vez al mes en Venezuela. Pero la gente está cansada de ellos”, añade. Entre otras razones, por las vacunas, más extendidas a toda la población desde que reaparecieron las Farc-EP.

De vuelta al anillo de seguridad, encuentro a Lewis Calderón. Los últimos años los pasó en Bogotá, trabajando para un congresista araucano, y regresó a Saravena para presentarse al Concejo. El 10 de septiembre, las disidencias del Frente Décimo de las Farc secuestraron a dos de sus escoltas, le robaron la camioneta blindada de la UNP (Unidad Nacional de Protección) y la pasaron a Venezuela. A uno lo liberaron enseguida y al conductor, horas después.

“Les dijeron que los retenían por ser del esquema del Centro Democrático”, relata. “Yo sigo porque soy abogado savarenense, joven, y quiero ver un cambio. Mis abuelos fueron fundadores, llegaron echando hacha”.

A hora y media de distancia, por una pésima carretera que ejemplifica los estragos que causa la corrupción en un departamento que siempre fue millonario en regalías petroleras, se encuentra Arauquita, otro de los feudos tradicionales de las dos guerrillas.

'Quieren matarme antes del domingo'

La única valla que pudo poner el candidato John Lucumí en Fortul se la quemaron.

Foto:

Salud Hernández Mora

En una casa desangelada, que debió abandonar un exalcalde en el 2012 por amenaza de las Farc, localizada dentro del anillo de seguridad, se ha instalado Juan Carlos Santamaría, exasambleísta y líder social, hermano del candidato de Cubará, y también quiere ser alcalde.

“Arauquita es el botín de alias Pablito, quería sacarme a las buenas o a las malas, aquí todo lo maneja el Eln, todo se mueve con su permiso”, asevera rotundo. “Queremos cortarle el chorro de las administraciones locales y cortar la corrupción”.

Vive en la casa con sus escoltas de la UNP y seis policías, además de la vigilancia que presta el ejército en el exterior. “No pude venir hasta que me dieron escoltas. No tengo sede, no pago líderes, la gente me visita por la noche, pero le da miedo venir. Pude contratar 5 minutos diarios en la emisora que fundé aquí –Arauquita Stereo– durante quince días”.

A pesar de los obstáculos que enfrenta, asegura que la inmensa mayoría de sus paisanos quieren sacudirse el poder de la guerrilla y secundan que haya candidatos que los reten y no cedan. Además, recuerda que existen proyectos productivos en marcha con notables éxitos y que los exguerrilleros concentrados en Filipinas (el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación) están comprometidos con seguir aportando a la sociedad. “Estoy arriesgando que me maten porque creo en mi pueblo, en que se pueden hacer muchas cosas”, manifiesta con convicción. “Por eso quieren matarme antes del domingo”.

El problema para quienes no conquisten sus aspiraciones en las urnas es quedar sin escoltas, un escudo imprescindible para sobrevivir. Por eso, más de uno me anticipa que les “tocará volver a salir del pueblo”.

SALUD HERNÁNDEZ MORA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

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