Encontraron más de 250 delfines y 136 especies de aves, entre Colombia y Venezuela.
El río Arauca es una víctima llena de vida. Durante décadas ha sido testigo de los estragos que la guerra ha ocasionado en el medio ambiente. Sus aguas se han teñido de negro en varias oportunidades, cuando después de la voladura de un oleoducto por parte de algún grupo armado al margen de la ley, el crudo se expande rápidamente ocasionando la mortandad de peces, que ponen en jaque la seguridad alimentaria de poblaciones enteras.
Este afluente nace en los Andes y recorre alrededor de 1.001 kilómetros hasta Venezuela, pasando por páramos, bosques andino húmedos, sabanas estacionales y sabanas inundables. Sin embargo, el Arauca no ha sido lo suficientemente estudiado pese a que en sus entrañas guarda una riqueza natural abrumadora.
Por esa razón, en el marco del Programa de conservación de delfines de río en Suramérica, la Fundación Omacha, en conjunto con WWF Colombia, Whitley Fund For Nature, Fondation Segré, Fundación Ecollanos y Neotropical Cuencas, organizaron la expedición Río Arauca 2017, que tiene como objetivo establecer los tamaños poblacionales de las toninas, caimanes llaneros, aves, tortugas y peces que se encuentran en este afluente fronterizo, entre dos países.
El viaje comenzó el pasado 30 de septiembre con 17 investigadores, quienes alquilaron un barco –o más bien una especie de restaurante flotante de dos pisos– y zarparon desde Arauquita (Colombia) hasta Puerto Infante (Venezuela). Recorrieron 260 kilómetros en seis días y encontraron más de 250 delfines y 136 especies de aves.
Para Fernando Anzola, director de la Fundación Ecollanos, “esta expedición es una oportunidad para mostrar al interior de Colombia que Arauca no es violencia, contrabando ni atentados terroristas únicamente. Tiene la población más grande de caimán llanero endémica de la Orinoquia colombo–venezolana, especie que se encuentra en peligro crítico de extinción pero que en este departamento se está recuperando y cuenta con más de 200 individuos adultos”.
Durante una semana 17 investigadores se subieron a un barco para recorrer el afluente y monitorear su estado de salud.
Fundación Omacha
El río Arauca hace parte de la poderosa cuenca del Orinoco, una enramada de cuerpos de agua que se extienden y entrelazan a lo largo y ancho de 981.446 km2, compartidos entre Colombia (35 por ciento) y Venezuela (65 por ciento). Según el único estudio que se ha hecho sobre su estado de salud, en 2016, el cambio en el uso del suelo, la pérdida de la cobertura natural y la transformación de ecosistemas son algunas de sus grandes amenazas.
“La cuenca está afectada por el incremento de la expansión de la minería (942 concesiones para 2014), la extracción de hidrocarburos (8 millones de hectáreas bajo exploración), la agroindustria (320.829 hectáreas) y el desarrollo de infraestructura”, advierte el documento, que fue apoyado por el Centro de Ciencias Ambientales de la Universidad de Maryland (Estados Unidos).
Dentro de ese diagnóstico se evaluaron también las subcuencas. Las calificaciones más bajas se encontraron en el Alto y Medio Meta, Alto Guaviare, Arauca y Casanare, y se deben a la pérdida de cobertura natural y a la transformación a gran escala, atribuible, en buena medida, a la expansión de actividades agropecuarias y al incremento del desarrollo minero energético en ecosistemas sensibles. En aquella evaluación, el Arauca se rajó: sacó 2,6 sobre 5.
Sin embargo, Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha y quien le dio rienda suelta a esta idea, cree que la calificación ahora podría ser mucho mejor, tal vez 3,8, dada la biodiversidad que encontraron durante esta travesía. En los últimos 12 años, Trujillo ha recorrido 27.683 km de ríos en 28 expediciones dentro del continente. Lidera el programa de conservación de delfines de río de agua dulce más grande del planeta, donde cerca de 400 investigadores de todas las nacionalidades están involucrados.
En Colombia, de manera particular, estuvo esperando a que el conflicto armado le permitiera adentrarse a territorios como Guaviare, Putumayo y Arauca para hacer investigación. Según estima, en el país hay cerca de 7.500 individuos de delfines, mientras que en Suramérica pueden llegar a ser 40.000.
“El río está más o menos bien conservado”, dice. “Y aquí viene la gran paradoja: ¿Qué va a pasar cuando el conflicto armado acabe? Porque, de alguna manera, ha protegido varias especies y ha hecho que la gente no pesque con artes ilegales, sino con atarrayas y anzuelos que le dan mejor sostenibilidad al río. Necesitamos que haya presencia inmediata del Estado”.
El delfín rosado, también conocido como bufeo, tonina o boto, es una especie que durante muchos años estuvo catalogada como ‘Vulnerable’ dentro de la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN); después pasó a ‘Datos deficientes’ y, prontamente, pasará a estar en ‘Peligro’. La contaminación, la minería, la caza directa y la construcción de hidroeléctricas lo tienen amenazado.
Trujillo, como muchos otros investigadores, cree que el posconflicto es el escenario ideal para apostarle al turismo de naturaleza. Según explica, en el trapecio amazónico se están generando 8,3 millones de dólares cada año por observación de delfines, lo que sería una actividad económica rentable para varias comunidades que viven a orillas de estos cuerpos de agua.
“Un pescador, en una buena faena, puede llegar a capturar uno o dos bagres grandes que cuestan 60.000 pesos. Pero, en cambio, si lleva a tres turistas cada día a ver delfines y a cada uno le cobra 60.000 pesos, las ganancias serían mayores. No se trata de reemplazar una actividad por otra sino de hacerlas complementarias. Generar beneficio social real”, dice.
Durante los próximos años, la Fundación Omacha espera, entre muchas cosas, continuar estudiando los parámetros poblaciones de estas especies, así como los efectos del cambio climático y el mercurio sobre los delfines y sus hábitats.
TATIANA PARDO IBARRA