Hay lugares a los que la promesa de paz no ha llegado. Por lo menos no de manera completa. Uno de ellos es Arauca. La guerrilla de las Farc ya se concentró en la vereda Filipinas de Arauquita, y se siente un alivio en buena parte de sus zonas de influencia, pero el departamento sigue convulsionado como en los peores tiempos. Y todo por cuenta del ELN, que ha arreciado sus ataques.
Se trata de todo tipo de acciones. Emboscadas a las patrullas del Ejército. Francotiradores como el que mató hace dos semanas al subcomandante de la Policía de Fortul. Sabotajes a las empresas y contratistas que se niegan a pagar extorsiones. Como si fuera poco, este año 23 personas han muerto asesinadas en el departamento. Las autoridades atribuyen la mayoría al ELN y tendrían que ver con su decisión de imponer el ‘orden’ ante la creciente racha de robos y venta de droga. A eso se suma que el bombeo de petróleo de Caño Limón estuvo detenido durante un mes por los ataques al oleoducto, con lo que dejó de producir 893.000 barriles. Los atentados también han puesto en jaque la planta de gas de Gibraltar, y han puesto en riesgo el suministro de gas en Santander.
Mientras todo esto ocurre, avanzan lentamente los diálogos entre este grupo insurgente y el gobierno en Quito. Desde hace cuatro semanas está sentado allí un delegado del Frente Domingo Laín, que opera en Arauca. Se trata de Alirio Sepúlveda, conocido en la región por su nombre de pila, Juan de Dios Lizarazo. Este ingeniero civil es muy cercano a Pablito, el famoso comandante del ELN, considerado por muchos como el palo en la rueda de la negociación. La llegada de Sepúlveda a Quito es una buena señal, pero no despeja todos los interrogantes que se ciernen sobre el compromiso real del Laín con un proceso de paz que conduzca a dejar las armas.
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Entre la desconfianza y el miedo
El corazón del ELN en Arauca es el área del Sarare y allí hay más desconfianza que entusiasmo con la idea de un proceso de paz. Saravena ha sido el epicentro de esta guerrilla por años. Al entrar al pueblo se puede ver un acantonamiento militar enorme, rodeado de concertina, decenas de carros blindados y soldados que patrullan con los fusiles en estado de alerta. Una imagen que ya no se ve en el resto del país. En esta región tres generaciones de campesinos y guerrilleros han crecido de la mano, cuando se inició la colonización impulsada por el Incora. En los setenta, muchos de estos campesinos, casi todos de origen santandereano, se vincularon al ELN y conformaron el frente Domingo Laín, pero con una relativa autonomía. Esta facción tenía una particularidad: mientras universitarios u obreros lideraban los demás frentes del ELN, en Arauca los comandantes guerrilleros eran campesinos muy al estilo de Manuel Marulanda, Tirofijo.
A principios de los años ochenta el Laín encontró la gallina de los huevos de oro cuando se construyó el oleoducto Caño Limón-Coveñas, y la empresa alemana Mannessmann le pagó varias decenas de millones de dólares por dejarlos actuar tranquilamente. En adelante, y hasta el día de hoy, asumieron los golpes al oleoducto como la manera de presionar el pago de extorsiones a las petroleras y sus contratistas. Aun hoy esta es su fuente principal de financiación, junto al contrabando de gasolina en la frontera con Venezuela.
De la mano del petróleo vinieron las regalías, y por esta vía el interés de los elenos de tener injerencia en la política. Primero al pedirles cuenta a alcaldes y gobernadores. Después, al enviar mensajes explícitos sobre quiénes deberían ser elegidos. Más adelante, al meter directamente la mano en la contratación.
A la cabeza de esta estrategia ha estado Gustavo Aníbal Giraldo, Pablito, un campesino de segunda generación en el Sarare, quien desde hace por lo menos 20 años está al frente de los elenos allí. Quienes lo conocen lo describen como un hombre astuto y pragmático. Lo primero quedó en claro cuando luego de caer preso en 2008 se dio las mañas para que un año y medio después lo llevaran a una audiencia programada en Arauca, donde aprovechó para fugarse en forma cinematográfica.
Y mostró su pragmatismo cuando estalló una guerra sin cuartel entre las Farc y el ELN. Ni siquiera toda la violencia entre guerrilla y Ejército había dejado tal nivel de violencia. Los cálculos de las autoridades indican que murieron más de 1.000 personas y decenas de fincas quedaron destruidas. El ELN ganó esa guerra, no sin antes aliarse con su propio enemigo, el Ejército, contra las Farc.
También se sabe que es implacable a la hora de imponer a sangre y fuego un orden social y un código de conducta diseñado por el propio Domingo Laín. A pesar de todo hay quienes lo consideran abierto al diálogo. Al menos esa impresión se llevó el padre Teodoro González, quien hizo parte de un grupo integrado por la Iglesia y varios líderes sociales para mediar en la guerra entre ambas guerrillas. Luego de varias conversaciones, en 2010 ambos grupos sellaron un pacto de fronteras, construyeron un código de convivencia futura, se dieron a la tarea de entregarse mutuamente los cuerpos de combatientes muertos y acabar con los cultivos de coca, que eran parte del problema.
Pablito decía que tras la coca venían los paramilitares y los planes contrainsurgentes del gobierno y él no quería esos problemas en sus territorios. En Arauca todos lo confirman: después de que el ELN prohibió los cultivos de coca, estos, que llegaban a las 2.000 hectáreas, prácticamente desaparecieron. La gente se dedicó a sembrar plátano, producto del que hoy Arauca es primer renglón en el país; y cacao, fruto del piedemonte que ha recibido premios en dos ocasiones como el mejor del mundo.
“El gobierno debe condecorar al ELN”, dice medio en serio y medio en broma un dirigente gremial de Saravena, quien expresa al mismo tiempo un duro rencor contra el Estado, al que dice no deberle nada. “Todo lo que hay aquí lo hemos construido nosotros solos”, afirma. Efectivamente las mismas comunidades son dueñas de las empresas de servicios públicos, tienen incidencia en la educación y la salud, y han diseñado un plan de desarrollo para la región a 30 años. En Saravena existen un sinfín de organizaciones que van desde colectivos de derechos humanos hasta una emisora y una cadena de cooperativas agropecuarias y de transporte.
No puede decirse que detrás de todo ello esté la mano invisible del ELN, pero sí que esto es lo más parecido al poder popular con el que sueñan las corrientes seguidoras del cura Camilo Torres.
¿Habrá paz?
Que la violencia se haya recrudecido en Arauca tiene que ver, paradójicamente, con la paz. Por un lado, porque el ELN cree que si aumenta su accionar militar presionará al gobierno a concertar un cese del fuego bilateral lo más pronto posible. Cálculo que puede estar equivocado, pues, a juzgar por lo ocurrido en el proceso de paz con las Farc, el cese llegó como resultado de la confianza construida con gestos unilaterales para bajar la intensidad de la guerra.
También tiene que ver con la salida de las Farc de sus zonas de influencia. Si bien la Pastoral Social de Arauca reporta que estas han cumplido al 100 por ciento el cese del fuego, también hay evidencia de que se ha disparado la delincuencia común. Aún el Estado no ha dado respuestas en materia ni de seguridad ciudadana ni de justicia.
Según la Alianza para la Paz y el Desarrollo, el Estado no ha sido capaz de llegar aún a Saravena, más allá de la presencia militar. “Llegan con programas sociales sueltos, asistencialistas, sin impacto”, dicen. Older Cáceres, miembro de esta Alianza, insiste en que “el Sarare necesita un tratamiento especial para impulsar al ELN hacia la paz”.
Algo similar piensa el exconsejero de paz de Arauca Alonso Campiño. Cree que las negociaciones tienen que tener en cuenta la efervescencia social constante en la región, la confrontación de sus habitantes con un Estado y unas petroleras a las que quieren arrancarles mejores condiciones de vida. “El Estado debe empoderarse del discurso guerrillero”, dice. Eso para él se resume en la buena escucha y el cumplimiento de lo que se pacta.
El reclamo permanente de los líderes del Sarare es que nunca les cumplen lo prometido.
Un ejemplo es la vía de la Soberanía, que unirá a Arauca con Norte de Santander, que está a medio camino. “¿Cómo es posible que se hayan gastado 117.000 millones en 23 kilómetros?”, se queja el periodista Emiro Goyeneche, de la emisora comunitaria Sarare Stereo. A eso se suma el atraso en la construcción de la zona veredal de Filipinas, donde están concentrados 400 guerrilleros de las Farc; lo han visto como una evidencia de que el gobierno no cumplirá con lo pactado en La Habana.
El otro factor crucial es que Pablito encuentre incentivos para dejar a un lado la violencia que tantos réditos le ha dado. “El Coce lleva el timón del proceso de paz, pero Pablito maneja el freno y el acelerador”, dice Eduardo Cedeño, politólogo y analista independiente de Arauca.
Hasta ahora esos incentivos parecen pocos para alguien que tiene un dominio tan antiguo y profundo de una región clave para la economía del país.
En conclusión, si como dicen los expertos la confianza es la materia prima para construir la paz, en los territorios del frente Domingo Laín del ELN esta se encuentra bastante lejos todavía.
por semana.com