La tortugacharapa (Podocnemis expansa), la más grande de agua dulce de Suramérica, enfrenta serias amenazas en uno de sus principales hábitats, la cuenca del río Meta, debido a la caza intensiva para el consumo de su carne, la pérdida de hábitat y el saqueo de sus nidos, las cuales han llevado a reducir su población a menos de 10.000 ejemplares en todo el país.
En Colombia esta especie se conoce como charapa y habita en las cuencas de la Amazonia y la Orinoquia; solo en el río Orinoco –en área venezolana– las hembras nidificantes pasaron de ser más de 330.000 en 1800 a unas 1.000 en 2010, lo que representa una reducción de más del 99% en aproximadamente dos siglos; esta tendencia también se ha observado en regiones específicas de su hábitat, como la cuenca del río Meta.
Por eso es una de las especies catalogadas en el Libro rojo de reptiles de Colombia y por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) como en “estado vulnerable” y “peligro crítico de extinción”, pues la disminución de su población es cada vez más notoria.
Dichos datos y antecedentes sustentan la tesis liderada por la bióloga Mónica Tatiana Nieto Vera para la Maestría en Ciencias – Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien durante 2 años, con su equipo y en alianza con Wildlife Conservation Society (WCS) Colombia y Turtle Survival Alliance (TSA), monitoreó por telemetría sónica a 16 hembras adultas de charapa en el medio río Meta.
“El caparazón de esta especie puede llegar a medir un poco más de 1m de longitud; tarda muchos años en llegar a su edad reproductiva y pone una gran cantidad de huevos –alrededor de 120 por cada hembra–, aunque la probabilidad de que solo 1 de estos huevos se convierta en tortuguillo para luego ser adulto es muy baja por la depredación natural, y especialmente por la intervención humana”, expresa la investigadora.
Su carne se consume en la región, especialmente en festividades como Semana Santa, en platos tradicionales como las hallacas de tortuga; y los huevos, por su alto contenido de grasas, se utilizan en la elaboración de unos dulces típicos muy apetecidos por los lugareños y visitantes, que forman parte del arraigo cultural llanero.
“Un depredador natural nunca acabaría en una noche con 40 nidos, cada uno con alrededor de 120 huevos, mientras que un ser humano sí es capaz y lo hace, afectando el equilibrio natural. Sin embargo, yo pienso que el problema radica en la caza de las hembras reproductoras, pues al alimentarse con una hembra se le quita al sistema esa producción anual, y ellas son las más expuestas porque son las únicas que salen a tierra a poner sus huevos, mientras los machos se quedan en el agua”, enfatiza la bióloga.
Las amenazas acechan
Aunque tradicionalmente los lugareños han utilizado las tortugas como una fuente secundaria de proteínas, ahora ven un incentivo económico en su venta, debido a que el aprovechamiento comercial de los huevos y la carne de charapa está en aumento, según evidenció la bióloga Nieto en su estudio.
“Esto es lo que realmente agrava la situación; este comercio descontrolado incrementa la captura y venta de tortugas y sus huevos, lo que pone en riesgo su supervivencia a largo plazo. Se ha transformado en un negocio que atrae a personas de otras regiones que cazan las tortugas para venderlas en centros poblados”.
La combinación de caza furtiva y comercio ilegal ha contribuido a un descenso drástico en el número de tortugas charapas en Colombia, especialmente en el río Meta, donde se encuentra una de las poblaciones más saludables del país. Por eso una de las propuestas de la magíster es que este sitio se establezca como una reserva de lacharapa (Podocnemis expansa).
Este reptil tiene un profundo significado cultural no solo para las comunidades ribereñas y para la ciencia –ya que en sí mismo alberga conocimiento e información de procesos evolutivos de miles de millones de años– sino que además forma parte integral del ecosistema acuático local como dispersor de semillas, ayuda al proceso de filtración del agua, y cuando mueren aportan una gran cantidad de biomasa al sistema hídrico.
El itinerario de la charapa
A las 16 hembras estudiadas se les instalaron transmisores acústicos y de radiofrecuencia que permitieron realizar seguimiento y georreferenciación de sus movimientos durante 26 meses, entre 2020 y 2021, lo que reveló información pionera y valiosa sobre el comportamiento de la especie en su hábitat.
Los resultados arrojaron que estas tortugas tuvieron un área de acción promedio de 36km2, “incluso un individuo se desplazó 108km a lo largo del río, y, contrario a lo que pensábamos, se desplazaron río arriba, hacia el Vichada”.
“Además encontramos que se mueven más en época seca que en época húmeda, probablemente porque los pulsos de inundación crean condiciones con mayor disponibilidad de recursos como alimento, refugio, parejas, etc., lo que puede ocasionar que las tortugas se queden más tiempo en el mismo lugar”, explica la bióloga.
Durante la época seca las tortugas monitoreadas se concentraron en el canal principal del río Meta, donde se forman grandes playas de arena, ideales para anidar; mientras que en la época de lluvias se desplazaron a caños, bosques inundados y tributarios menores (cuerpos de agua más pequeños que fluyen hacia ríos principales) donde encuentran refugio de depredadores, menos corriente y perturbación, además de alimento nutritivo como algas, frutas, semillas, o algunas larvas.
“Nuestros hallazgos indican que después de la anidación las tortugas no se limitan a una única zona, sino que se dispersan a lo largo del río, utilizando diversas áreas a lo largo del año. Por eso se debe fortalecer el diálogo con los pescadores para respeten las áreas de anidación de la especie y eviten tanto las mallas cerca de las playas como la práctica de “chinchorreo”, que además está prohibida por las autoridades colombianas”, asegura la magíster.
El comportamiento disperso identificado en las hembras monitoreadas subraya la importancia de desarrollar estrategias de conservación que aborden tanto las áreas de anidación como los diversos hábitats que las tortugas frecuentan en diferentes épocas del año, especialmente de las hembras, para asegurar la continuidad de esta emblemática especie en el Orinoco colombiano.
“Incluso una vez encontramos un individuo muerto por una lesión que le causó una hélice de un motor; entonces, además de la disminución del tráfico de las embarcaciones, también es necesario disminuir la pesca en la zona donde se reproduce la especie. El área donde se adelanta el proyecto no es muy grande, es de apenas unos 40km lineales del río, entonces, al menos durante esos 2 meses de reproducción del animal, los pescadores podrían realizar sus faenas en otras áreas de la cuenca”.
Compromiso comunitario: la clave para la conservación
Aunque los residentes de las playas cercanas han adoptado acuerdos comunitarios de conservación de la especie, gracias al acercamiento y aporte de los investigadores, “estos esfuerzos serán en vano si no se fortalecen con más apoyo institucional como el de la Armada Nacional de Colombia, que puede ejercer control tanto en la extracción como en el comercio ilegal de fauna silvestre”, comentó la bióloga Nieto.
Entre las propuestas de la investigadora con la comunidad se planteó planificar y ejercer el ordenamiento pesquero en el territorio, recomendaciones dirigidas a la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP), para vigilar y evitar prácticas que lleven a la pesca accidental de otras especies como tortugas, rayas o babillas, que no están siendo vigiladas.
“Es muy importante continuar con los acuerdos de conservación comunitaria, porque nos dimos cuenta de que cuando las personas del territorio están involucradas en la protección de las playas para que nadie perturbe a las tortugas, y que ellas puedan salir a poner sus huevos, la gente las respeta y no llegan a saquear sus nidos. De una u otra manera esta estrategia de conservación está siendo efectiva”, concluye la bióloga Nieto.
El estudio de la UNAL revela que la clave está en la protección del hábitat y en el apoyo comunitario, como cimiento de cualquier esfuerzo de conservación, los cuales requieren para su éxito del apoyo de las autoridades encargadas del control y la vigilancia, para poder hacerle frente a actividades como el comercio ilegal, la caza y la pesca.