Tiene forma de estrella, germina también en la Orinoquia, y de este se puede extraer un aceite superior en calidad al de oliva. El sacha inchi es prodigioso, no sólo por su sabor, sino porque hoy es el “salvavidas” de un grupo de personas reincorporadas a la vida civil en el Centro Poblado Villa paz de Arauca.
Allí la UNAL las capacitó en ciencia y tecnología de alimentos y han logrado transformar este fruto en productos como harina e insumo para la producción de cosméticos. Por: Lauren Franco, periodista Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Orinoquia
Llegar al centro poblado Villa Paz –antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR)– no es una tarea fácil.
El recorrido puede durar hasta tres horas saliendo de la capital de Arauca hasta Pueblo Nuevo, otro centro poblado ubicado en la vía hacia el municipio de Tame.
A lo largo de este camino se observan dos escenarios imposibles de ignorar: por un lado, es evidente la ausencia del Estado, que se refleja en las vías sin pavimentar, los asentamientos de familias vulnerables y la desconfianza de sus pobladores, y el otro no es más alentador por la presencia de banderas de la guerrilla del ELN, que tiene fuerza en un territorio que se disputan con otros grupos armados.
Villa Paz debe su nombre a una iniciativa de sus habitantes, quienes realmente creyeron que podrían construir un territorio libre de violencia. La motivación es clara: ellos vivieron los vejámenes de la guerra y saben que el camino de las armas nunca fue la solución. Según la Comisión de la Verdad, de las 265.000 personas que habitan en Arauca 103.000 son víctimas, y se estima que hay otras 45.000 sin registrar.
En medio de las consecuencias de una guerra que aún se vive, de la estigmatización y la persecución por parte de grupos armados, y de los señalamientos de instituciones del Estado, las 200 familias firmantes del Acuerdo de Paz decidieron apostarles a los proyectos productivos, entre ellos el de sacha inchi, un fruto en forma de estrella, similar en color y forma a una nuez o a una almendra, que tiene el potencial para convertirse en el fruto de la paz, y además se presenta al mundo como una alternativa a los aceites tradicionales, incluido el de oliva, por su alto contenido de omega 3, 6 y 9.
“La reina bonita”, como le dicen los firmantes a la planta, tiene un objetivo ambicioso en el territorio: reemplazar los cultivos de hoja de coca.
Este fruto de la Amazonia peruana, conocido como el maní de los incas, y que hasta hace algunos años era desconocido, se presenta como una oportunidad para que cientos de familias en Colombia reemplacen los cultivos de hoja de coca.
Según la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), en el territorio hay 18 hectáreas destinadas para la agricultura, 3 de las cuales se dedican a los cultivos de pancoger (plátano, yuca, maíz), y los 15 restantes se dedican al sacha inchi.
Para los reincorporados y sus familias, este fruto –pequeño en tamaño pero grande en productividad– se traduce en oportunidades, ya que, además de aceite, de él se puede obtener la harina que surge en el procesamiento y con la cual se pueden elaborar productos de pastelería y cárnicos, e incluso es aprovechado en la industria cosmética, de ahí que sea tan apetecido.
Por eso, la apuesta más ambiciosa de este fruto es sustituir los cultivos de uso ilícito. En 2007 había en Arauca 2.116 hectáreas de hoja de coca, que en 2008 pasaron a ser 447. Para 2018 las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) declararon al departamento como “territorio libre de cultivos”, por lo que hoy la apuesta se sigue volcando al campo.
“En seis o siete meses, de 200 o 300 kilos de sacha inchi se puede sacar hasta una tonelada de aceite”, comenta José Domingo, uno de los firmantes de la paz y cultivador empírico de este fruto, quien representa la realidad de los otros firmantes que conocen cómo se trabaja la tierra; sin embargo, la falta de profesionalización y tecnificación se presentan como barreras para potenciar su uso.
“Nosotros somos profesionales en la materia prima (cultivar sacha inchi), pero somos analfabetas en transformarla” asegura Wladislava Aguirre, líder social y cultivador de la planta, quien durante 20 años fue médico de las FARC, pero que ahora, gracias al Acuerdo de Paz, se convirtió en “médico de la paz”, y es enfático en señalar que “aún tenemos una deuda pendiente con el campo”.
Esa deuda es clara frente a la problemática que existe en el país e impide la transformación de los cultivos de los campesinos para escalar sus emprendimientos, situación que no es ajena a los firmantes de la paz.
De ahí que, llegar con herramientas y habilitar espacios de aprendizaje fue la oportunidad para que la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Orinoquia, en conjunto con la Fundación El Alcaraván y el SENA, pudieran acompañar a los sachacultores, gracias a la formación y capacitación por medio del diplomado “Agroindustria de Sacha Inchi”.
Más allá de las clases impartidas por los docentes en el Diplomado, este espacio fue una oportunidad para que los firmantes conocieran más sobre el fruto para aprovechar sus beneficios, por lo que se convirtió en la alternativa para dejar atrás la posibilidad de regresar a las armas y seguir un camino de paz.
El profesor Óscar Suárez, director de la UNAL Sede Orinoquia, aseguró que la “idea del Diplomado fue capacitar a los sachacultores, y que ellos aprendieran haciendo, todo esto en acompañamiento de la metodología y de un grupo interdisciplinar de áreas como química, ciencias agrarias, y sociología, entre otras”.
El acompañamiento de la Universidad no se limitó a esta formación –que se retomará a futuro–, sino que se desarrollaron tres módulos de capacitación técnica agroindustrial y se orientó a los firmantes en la elaboración de productos a base de sacha inchi, que incluyen desde cosméticos hasta alimentos. Así mismo, la UNAL brindó las estrategias necesarias para que los sachacultores pudieran comercializarlos.
José Domingo participó en el proceso de formación de la Universidad; cultiva sacha hace tres años y es considerado por la comunidad como un profesional en la materia. Asegura que “a pesar de su extraña belleza, este cultivo se convirtió en mi ‘reina bonita’, a la que cuido como un preciado tesoro, y que gracias a su potencial, junto con mis compañeros consolidamos una empresa que se encarga de la producción y comercialización del aceite”.
Con un objetivo claro han trabajado en los últimos cuatro años, pero el camino ha sido de altibajos. A inicio de 2022 el ELN declaró un paro armado en la región que paralizó el comercio, la educación y puso en riesgo la vida.
Los habitantes de Villa Paz se vieron afectados y con un impacto en la comercialización de sacha inchi, que comenzaba a despegar, pero por la contingencia llegó a sus mínimos.
“Por el COVID-19 y la situación de este año con el paro armado, el único cultivo que sigue produciendo es el mío”, indica José Domingo. Pero a pesar de la adversidad, la convicción es clara: no dejar perder lo que se ha conseguido en estos años y lograr comercializar los productos. “Precisamente, la mayor barrera del sacha inchi es la comercialización porque aún falta apoyo”, indica Yolanda Quiñones, investigadora del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos (ICTA) de la UNAL y profesora del Diplomado.
Los dos sachacultores insisten en que la paz se construye desde el campo y reconocen que “estudiar silencia fusiles” y que se debe seguir con la apuesta por la paz, aunque existan puntos débiles
Apoyo que, de ser consolidado, le permitirá a la comunidad sostenerse y generar nuevas oportunidades. Wladislava, el “médico de la paz”, asegura que con este producto ellos son capaces de sostener a toda una familia, pero es necesario el apoyo de todos los frentes de la sociedad. El líder social, que además es médico de profesión, es uno de los primeros en recomendar a sus pacientes este producto porque cree fielmente en sus bondades.
“A todo el que me visita se lo recomiendo: si le duele tal parte, eso es porque le falta sacha inchi” añade.
Esas palabras no son publicidad, pues la investigadora Quiñones destaca que “el sacha inchi tiene entre el 48 y 60 % de aceite y un 25 % de proteína, componentes necesarios para cualquier dieta.
Al momento de extraer este fruto se obtiene un aceite vegetal que contiene 48 % de omega 3 que ayuda a prevenir enfermedades cardiovasculares, inmunológicas y del organismo en general”.
Sus bondades y potencial están claros. Sin embargo, existe un clamor unánime por parte de la comunidad: contar con las garantías y el apoyo suficientes para asegurar la paz.
“No hay paz sin un acompañamiento a los proyectos productivos del campo”, asegura Wladislava.
José Domingo, quien además de sachacultor es un “cantante de la paz y actor”, se une al llamado de su compañero al afirmar que “doy todo por mi matica”, porque a pesar de ser poca sigue teniendo fe en que será la oportunidad que les abra más puertas para el sustento de su comunidad.
Pero asegura que sin garantías no será posible, y menos cuando las amenazas contra sus vidas aún continúan: “han matado a más de 300 compañeros, y nosotros le apostamos a la paz”.
Pese a esto, “nosotros antes del proceso no teníamos nada, ahora tenemos todo” destaca José Domingo. “Con este proyecto le estamos diciendo al campesino que se puede vivir del campo y que el Estado debe ser más inclusivo para que el campesino produzca industria” añade Wladislava.
Los dos sachacultores insisten en que la paz se construye desde el campo y reconocen que “estudiar silencia fusiles” y que se debe seguir con la apuesta por la paz, aunque haya puntos débiles.
A través de la educación, la UNAL se suma a la consecución de este proyecto, una apuesta de país que debe seguir su rumbo.