En un departamento marcado por la violencia, por el peso asfixiante del control social y político que ejercen las guerrillas, y por décadas de atropellos contra la institucionalidad, emergen dos figuras que, pese a sus diferencias generacionales, comparten una misma esencia: son sobrevivientes.
Sobrevivientes no solo del fuego y del terror, sino de la indiferencia de un Estado que históricamente ha sido sordo ante el sufrimiento de quienes defienden a Arauca de cara al sol.
Juan Carlos Santamaría es hoy una voz indispensable en el territorio. Ha recibido amenazas, ha sido perseguido, ha sido declarado objetivo militar, ha visto su vehículo reducido a cenizas en un atentado y aun así se mantiene firme, de pie, sin bajar la mirada. En una tierra donde muchos, con toda razón, escogen el silencio como mecanismo de supervivencia, él decidió alzar la palabra y convertirla en bandera.
A pesar de todo lo que han intentado hacerle, sigue trabajando por la democracia, por su gente y por el movimiento Defensores de la Patria, representando a quienes no aceptan resignarse al miedo ni entregar su destino al poder de los fusiles.
Pero Juan Carlos no es el primero en enfrentar ese camino. Antes que él, otro araucano se convirtió en símbolo de resistencia y carácter: Julio Enrique Acosta Bernal.
Más allá de las controversias que lo rodean y que él mismo ha enfrentado con gallardía ante los estrados judiciales, Acosta Bernal es, para amplios sectores de Arauca, un referente político que nunca huyó.
No escapó, no se escondió, no se declaró perseguido político para irse del país. Permaneció y dio la cara. Y eso, en una región donde el precio de la vida es tan frágil como el sonido de un disparo, ya es un acto de coraje.
Quienes lo conocen de cerca reconocen en él a un hombre formado en el ejercicio público, de carácter fuerte, arraigado al territorio, y que (Pese a los golpes, a los atentados y a los procesos) sigue contando con el respaldo de una parte importante de los araucanos.
Lo digan o no sus detractores, su nombre continúa siendo uno de los más influyentes del departamento; sigue siendo un barón político, un referente obligado en la historia reciente de Arauca.
Y si algo ha dejado claro en los últimos años es su decisión de demostrar su inocencia no huyendo, sino enfrentando cada proceso, uno por uno, con la convicción de que la verdad, tarde o temprano, termina imponiéndose.
Esa es la diferencia entre quienes se escudan en discursos y quienes se la juegan ante la justicia.
Ambos, Juan Carlos Santamaría y Julio Enrique Acosta Bernal, conocen mejor que nadie el precio que se paga en Arauca por defender ideas contrarias a las de los grupos armados. Ambos han sentido el filo del terrorismo y siguen de pie.
Ambos comprenden que su lucha personal es también la lucha colectiva de un departamento que merece vivir sin miedo.
Por eso hoy, viendo el deterioro institucional, la ausencia de garantías reales para los líderes sociales y la creciente presión violenta del ELN sobre la vida política del departamento, Julio Enrique Acosta Bernal ha afirmado que encuentra en Abelardo De La Espriella una representación sólida de lo que Arauca necesita: institucionalidad, justicia, carácter y frontalidad.
Porque, al final, quienes han sobrevivido al terrorismo saben identificar la fuerza verdadera cuando la ven.
En tiempos oscuros, las voces que no se doblegan se convierten en faros.
Juan Carlos Santamaría y Julio Enrique Acosta Bernal, cada uno desde su generación y su historia, son prueba de que en Arauca aún hay quienes se niegan a ceder su dignidad ante las balas.
Y esa resistencia (Esa terquedad sagrada por vivir libres) es la que hoy inspira a miles de araucanos que, como ellos, siguen creyendo que la democracia vale la pena.

