Este 2 de octubre se conmemoraron 35 años del asesinato de Monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, un hecho que dejó una huella profunda en la comunidad católica y en la historia de Arauca.
Jaramillo, quien fue el primer obispo de la Diócesis de Arauca, fue secuestrado, torturado y asesinado por un comando del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en una carretera cerca del municipio de Panamá de Arauca, el 2 de octubre de 1989.
El día de su asesinato, Monseñor Jaramillo realizaba una visita pastoral a la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en Fortul, cuando fue interceptado por guerrilleros.
Su cuerpo fue hallado al día siguiente, con varios impactos de fusil, al borde de una carretera. En el lugar donde cayó, hoy se erige una cruz conmemorativa y un templete que, año tras año, se convierte en un punto de peregrinación para cientos de fieles católicos que se reúnen cada 2 de octubre para rendir homenaje a su memoria.
Monseñor Jesús Emilio Jaramillo, oriundo de Santo Domingo (Antioquia), nació el 14 de febrero de 1916 y dedicó su vida a la Iglesia. Fue ordenado sacerdote en 1940 en el Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal, y en 1984, bajo el pontificado del Papa Juan Pablo II, fue designado primer obispo de la Diócesis de Arauca, tras la elevación de ese Vicariato Apostólico a diócesis.
Desde ese rol, Monseñor Jaramillo trabajó incansablemente por la paz y el bienestar de su comunidad, en una región profundamente marcada por la violencia y el conflicto armado.
El asesinato fue posteriormente reconocido como un error por el propio comandante del ELN, el cura Manuel Pérez, sin embargo, el impacto de esa pérdida sigue resonando en la memoria colectiva de la región. En 2017, el Papa Francisco lo beatificó durante su visita a Colombia, resaltando su legado de fe y servicio, y reconociéndolo como mártir de la Iglesia católica.
Uno de los mensajes más recordados de Monseñor Jaramillo es su crítica valiente al miedo que el conflicto infundía en la sociedad. Su frase, “Le tenemos miedo a los grupos armados. Todos nos tenemos miedo, todos nos callamos por miedo. Nadie ve. Y lo más grave hermanos, hasta matamos por miedo”, sigue siendo una poderosa reflexión sobre la realidad que aún enfrenta el país.
Hoy, 35 años después, su legado espiritual y su lucha por la justicia permanecen vigentes, no solo en Arauca sino en toda Colombia, donde su figura es símbolo de resistencia ante la violencia.