Murió por causas ligadas al Covid-19 en un centro asistencial de la ciudad de Bogotá, luego de superar la intubación, teniendo una recaída, soportando un infarto que luego deterioró su cuadro de salud y murió sobre las 3:00 de la tarde de este jueves 29 de julio. Fue el escritor más completo e integral que ha dado el llano colombo-venezolano.
Nacido en el departamento de Casanare y criado en Arauca y Venezuela, formado en el mundo contemporáneo, Eduardo Mantilla Trejos, conserva intacta su alma de llanero recio, que defiende a ultranza su tierra y su cultura.
Hijo de un aventajado farmaceuta bumangués y de una llanera venezolana, nace en una finca agrícola y ganadera que luego de ser abandonada por la familia Mantilla Trejos, se convirtió en cuartel de la guerrilla y luego el sitio bombardeado por el ejército.
Su padre interpretaba el tiple, musicalizaba los poemas de Julio Flórez, leía a los clásicos de la literatura universal y escribía canciones: un hombre raro para su entorno.
La violencia partidista de los años cincuenta les hace huir hacia Arauca y perder la propiedad. Estos sucesos son relatados en una de las novelas de Eduardo Mantilla: Lencho Alfaro, editada en 1986, que tiene visos autobiográficos.
De Arauca, donde pasó su segunda niñez, viajó a Pamplona a terminar sus estudios secundarios con una beca convirtiéndose en Normalista, Maestro.
Allí hace realidad su vocación como lector y escritor incipiente. Fedor Dostoiwski lo apasionó como Juan Rulfo.
Fue nombrado maestro de escuela en Bogotá hace paralelamente estudios de Español y Literatura en la Universidad Pedagógica y, posteriormente, de Periodismo en la Universidad del Rosario. Su fervor por Los Hermanos Karamazov lo conducen a escribir un largo ensayo sobre esta novela que le mereció un galardón nacional convocado por el periódico El Espectador, la Embajada de Rusia y la Editorial Aguilar.
El premio incluía una beca para la Universidad Patricio Lumumba de Moscú o para la Universidad de California en los Estados Unidos, entonces Mantilla Trejos decide aceptar el reto de ser Secretario de Educación de Arauca y perder la oportunidad de especializarse fuera del país.
La politiquería hizo la vida imposible de Mantilla en Arauca y prefiere establecerse en San Cristóbal, Venezuela. Allí ejerce el periodismo sindical pero el llamado de la tierra lo hace volver a Bogotá donde desempeña un cargo técnico que agobia su deseo de escribir literatura. Ya había publicado su libro de poemas Mastranto (1980) pero el lenguaje de las oficinas lo alejaba más y más de su verdadero sentido de vida.
En Arauca tuvo la oportunidad de hablar con el presidente de la República, Belisario Betancur, quien conocía el libro de poemas. Le ofreció regresar a Arauca pero la experiencia anterior no le daba alternativa. Le comentó que una de sus grandes ambiciones era conocer la zona del Orinoco, el presidente llamó entonces al Comisario y le dijo: «le presento al nuevo Secretario de Gobierno del Vichada».
De la experiencia del Vichada (1985) parte su interés por el Río Orinoco, por la cultura en donde la comunidad de los Jesuitas fue fundamental, de allí su más ambicioso libro: el Tesoro Jesuita, (1996).
El libro abarca un trabajo de catorce años de investigación, de lectura y fotocopiado de incunables que reposan en la Biblioteca Nacional y en la Luis Ángel Arango.
«El Tesoro Jesuita» puede leerse como documento histórico, pero, fundamentalmente como una novela porque no desarrollo el argumento en forma lineal y escueto como tradicionalmente lo hace el historiador sino, creo el personaje, con sus sentimientos, comidas, aspiraciones, dolores, léxico de la época.
La trama gira alrededor de la historia que cuenta cómo los jesuitas se enteran que van a ser expulsados y recogen los objetos más valiosos de la comunidad, cálices, copones, piezas de arte, que trajeron de varias ciudades de América para reunirlas en La Procuraduría de Caribabare, antigua hacienda de los jesuitas.
Eduardo Mantilla Trejos define al llanero: «corporalmente un hombre magro que parece más bien un leño para encender candelas pero a la vez, un hombre con una mirada resuelta, de una fuerza que no aparenta pero que le ha servido para incidir en la transformación del medio, sin dañarlo en forma irreversible.
Sicológicamente, uno de esos personajes que tomó como principal divisa el respeto a la palabra empeñada. Sumados los dos da como resultado un hombre que debe mantenerse en los estados de alma que lo han caracterizado: amor a su tierra, romanticismo desbordante, honradez y amistad». Agrega Mantilla que «erróneamente se ha creído que el llanero actúa por instinto mientras los hombres de ciudad los hacen por ideas».
Ha dedicado su vida a estudiar y comprender la idiosincrasia del llanero colombiano, la raíz del actual llanero y preservar valores en el tiempo y el espacio para evitar la despersonalización por los cambios de los nuevos tiempos.
Para preservar los valores llaneros, Mantilla forma parte de organizaciones que buscan aglutinar los escritores de Colombia y Venezuela, a través de encuentros como el llevado a cabo en Arauca. De igual manera es miembro activo de la Academia de Historia del Meta, la Academia de Historia de Arauca y, seguramente lo será de la Academia de Historia de Casanare que se encuentra en proceso de formación.
Dinamizador y cabeza de simposios internacionales de historia y editor incansable de los textos propios y ajenos. En el campo editorial, dice Mantilla Trejos «es tan abundante la proliferación de libros en la zona de los Llanos que se podría afirmar que es una de las regiones más ricas de Colombia».
Mantilla Trejos respeta profundamente a José Eustasio Rivera y Rómulo Gallegos, los escritores que mostraron al Llano en la literatura, pero afirma que fueron «dos personas extrañas al medio que en un momento dado dieron una mirada y vieron a lo lejos al personaje sin formar parte de su contexto». Agrega el autor que «la literatura que nuestros escritores pretenden y están haciendo busca mirar el mundo llanero, con su propia sicología. No queremos una literatura horizontal sino una literatura de profundidad».
La cátedra de la Orinoquia busca sacar del ostracismo a personas y cultura de la región. No es liberal ni conservador, dice que está afiliado al lado del llanero, al lado de esos hombres golpeados en la historia de la nación. Ha trabajado como, profesor de escuela, de bachillerato; funcionario durante diez años del Fondo Nacional del Ahorro; Secretario de Educación de Arauca y fundador del periódico Correo del Orinoco. Sus libros circulan por toda la Orinoquia y son texto en muchos centros educativos de la región.
Su vida estuvo dedicada a su trabajo intelectual y editorial.
Su ambición está centrada en el futuro del hombre llanero, conservando su identidad, que sea genuino, con sus valores. Aunque no le importa la figuración algunos estudiantes de la Universidad de Villavicencio y Tunja elaboran tesis sobre su trabajo. Gratificante para el país y para la literatura colombiana encontrar seres humanos como Eduardo Mantilla Trejos, un hombre que lleva a su Llano en el corazón, en su inteligencia, en su pluma de investigador, fabulador y poeta.
Si todas las regiones de Colombia tuvieran personas como él, seguramente nuestra historia sería distinta, no sólo en lo cotidiano sino en la que cuentan tantos libros academicistas.
Su obra está por ser valorada, divulgada en otros ámbitos de América Latina porque son libros hechos con el respeto que se le debe tener a la literatura, al lenguaje, a la verosimilitud y la devoción de un escritor que no busca ni anhela la fama pero que en algunos de sus lectores de hoy y del futuro conservará ese hálito de inmortalidad que poseen los seres excepcionales.
La producción literaria de Trejos comprende 32 libros, entre ensayos, crónicas, artículos, monografías y discursos, que lo hicieron merecedor de la Orden del Congreso, grado Caballero, por su amplia y extensa labor literaria, la cual fue entregada por la Senadora metense Maritza Martínez, quien lo reconoció como un referente del conocimiento y defensor de la idiosincrasia llanera.
Pero el homenaje no quedó allí, escritores como Celso Román también resaltaron su labor, la gobernación de Arauca también le entregó una condecoración y el director del Instituto de Cultura del Meta le otorgó la Gran orden El Centauro, grado Comendador, por su dedicación y amor por la región. El funcionario se refirió a Mantilla como un referente de la niñez y la juventud y agradeció su aporte por visibilizar tantas historias y costumbres. También lo invitó a seguir produciendo literatura.
Entre sus Obras literarias
• Lencho Alfaro, editada en 1986
• Historia verídica de los Tumba Tiranos, (1a edición, 1992, 2a 1993)
• Pore, La Libertadura (novela, 1992)
• Hombres de casabe, (cuentos, 1994)
• La Rubiera, (novela, 1994);
• Tesoro Jesuita, (1996)
• Inéditos: La Serpiente enroscada (monografía);
• «La boca de Dios» (novela)
• Aguas Hondas (poemas).
Premios obtenidos
• Le fue otorgada la medalla al Mérito «Miguel Ángel Martín» por la Gobernación de Arauca.
• El Congreso de la República, también le hizo una condecoración con la Orden del Congreso.
fuente José Antonio hurtado.